Risto Mejide no necesita nada para venderse. Y mucho menos, para vender su novela. Sus libros, reflexiones y opiniones sobre el mundo de la publicidad y la vida en general ya son conocidas y es un personaje mediático que tiene tantos seguidores como detractores. Y he de reconocer que yo me encontraba en el segundo grupo hasta hace poco tiempo. Tal vez por eso, esta novela me tentaba cual manzana del diablo en el Paraíso. No va a pasar nada por echarle un ojo, pensé, y lo cierto es que sí que pasó. Que la devoré en una sola tarde.
La historia de Que la muerte te acompañe es clásica: chico conoce chica. O mejor dicho, chico NO conoce a la chica. Porque ella está a otro nivel y él nunca va a poder aspirar a ella. Con esta premisa conocemos la historia de Toscano y Paula. Él, cajero de un supermercado, lleno de bilis y con un carácter odiable. Ella, una chica del montón, de las que se sienten lo más de lo más, que tienen todo en esta vida y que no necesitan más que un pestañeo para tener una legión de hombres a sus pies.
Lo que llama más la atención de esta novela no son los personajes, que precisamente es donde puede flaquear, sino en la trama. Porque no es una novela al uso, sino una serie de reflexiones puestas en orden que conforman una historia. Y en ella tenemos siempre presentes los orígines de publicista de Mejide, que nos presenta una obra cargada de eslóganes, frases lapidarias y de ideas que se repiten una y otra vez. Al fin y al cabo, hay que saber venderse hasta en las más altas esferas. Y eso es lo que hace el protagonista - y hasta aquí puedo leer-. Lo bueno (o lo malo, según la exigencia del lector) es la sencillez del lenguaje utilizado, que lo hace un libro ligerito y muy liviano a la hora de leerlo.
El final, sin embargo, es el punto más débil de esta pseudo-novela. Sorprendente, con un buen giro en el último momento pero, tal vez demasiado precipitado y con algunas incoherencias por el camino que un exigente lector podría no perdonar. En definitiva, un libro de transición que puede dejar un buen sabor de boca si se saben saborear los pequeños detalles.
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